En el campo de La Dehesa de Moratalaz no solo se entrena fútbol. Allí se respira diversidad, convivencia y respeto. El Aficionado C de la Escuela Deportiva Moratalaz se ha convertido en un fenómeno único dentro del panorama del fútbol madrileño: 14 nacionalidades distintas conviven en un mismo vestuario. Bajo la dirección de Alfonso, su entrenador, este equipo demuestra que el deporte puede ser una poderosa herramienta de integración social y cultural.
“El origen de todo esto ha sido bastante natural, no ha sido nada previsto. Ya desde el cuerpo técnico empezamos con esa mezcla: el primer entrenador es español, el segundo cubano, el preparador físico venezolano y la psicóloga deportiva mexicana”, explica Alfonso, que sonríe mientras recuerda cómo empezó todo.
Un vestuario que parece un mapa del mundo
Lo que comenzó como una casualidad, con algunos jugadores extranjeros la temporada pasada, ha terminado por convertirse en una seña de identidad del equipo.
“Este año, a través de agencias y representantes, nos han llegado chicos de distintas nacionalidades, hasta el punto de que somos 14”, comenta el técnico.
En el Aficionado C se dan cita jóvenes de España, México, Cuba, Venezuela, Colombia, Estados Unidos, Uzbekistán, Haití, Jordania, Egipto, Ucrania, Argentina, Mali y Rumanía. Cada entrenamiento es un cruce de acentos, idiomas y costumbres, pero también una muestra de cómo el fútbol puede unir mundos aparentemente lejanos.
“El día a día es muy bonito. Hay mucha gente que lo disfruta porque tiene un puntito de equipo profesional. Se hablan distintos idiomas, se mezclan distintas culturas, y todos aprenden a integrarse en una nueva realidad”, añade Alfonso.
Entre idiomas, bromas y aprendizaje
El entrenador confiesa que, en ocasiones, los grupos se forman por afinidades culturales o lingüísticas:
“En los entrenamientos se juntan los sudamericanos con los sudamericanos, los musulmanes con los musulmanes, los que hablan francés con los que hablan francés. Pero eso está chulo también, porque poco a poco se van mezclando.”
Esa diversidad no está exenta de anécdotas. Cada mes, los jugadores sancionados con multas internas deben pagar las pizzas para todo el equipo.
“Ahí tenemos que estar pendientes de los detalles, como que los musulmanes no comen cerdo. Son cosas que te hacen pensar en lo importante que es conocer y respetar las costumbres de los demás”, señala Alfonso.
La barrera del idioma, que podría ser un obstáculo, se convierte en una oportunidad de aprendizaje compartido.
“El cuerpo técnico habla español, inglés y francés. Normalmente uno de nosotros traduce al inglés de forma simultánea y, si hace falta, yo traduzco en francés. A veces, cuando los mensajes son muy largos, hacemos una parte final para explicar lo que se ha dicho con más calma”, explica.
Incluso los jugadores españoles y sudamericanos se han volcado en ayudar a sus compañeros recién llegados.
“Muchos hacen el esfuerzo de integrar a los chicos que no hablan español. Cada vez ellos entienden más, y los demás también intentan chapurrear algo de inglés. Nos reímos mucho, y eso hace grupo.”
De estrellas en su país a aprendices en España
Lo más sorprendente es el nivel de algunos de los futbolistas extranjeros. Alfonso cuenta que varios de ellos han jugado en categorías altas o incluso son internacionales con sus selecciones sub-17 y sub-21.
“Tenemos chicos de Jordania, Egipto o Uzbekistán que en sus países jugaban a un nivel top, incluso internacional. Pero al llegar aquí se dan cuenta de que el nivel en España es muy alto, y eso les motiva a seguir mejorando.”
Esa diferencia de competitividad no les desanima, sino que los impulsa. El técnico destaca la actitud y el compromiso de todos los jugadores, más allá del idioma o la cultura:
“Lo importante es que todos tienen hambre, ganas de crecer y de disfrutar del fútbol. Esa es la esencia del equipo.”
Un ejemplo de convivencia e integración
La experiencia del Aficionado C va más allá del resultado en el marcador. Se ha convertido en un ejemplo de cómo el deporte puede servir para unir culturas, romper prejuicios y crear comunidad.
“Aquí aprendemos todos, no solo ellos. Aprendemos a comunicarnos de otra forma, a ser pacientes, a respetar diferencias. Y eso hace que el vestuario sea especial”, afirma Alfonso.
Para el entrenador, el fútbol en este contexto es una herramienta educativa tan potente como el aula.
“Al final, más allá del balón, estamos formando personas. Ellos aprenden de nosotros, y nosotros de ellos. Es una convivencia que te enseña a mirar el mundo con otros ojos.”
Un mensaje que trasciende el fútbol
El Aficionado C de la ED Moratalaz demuestra que el fútbol no solo forma jugadores, sino también ciudadanos del mundo. En sus entrenamientos se mezclan risas, idiomas, valores y sueños compartidos. Lo que podría parecer una dificultad —la diversidad cultural— se ha convertido en su mayor fortaleza.
“Para mí, es un orgullo ver cómo este grupo tan distinto se entiende dentro del campo. Porque al final, cuando el balón rueda, todos hablamos el mismo idioma”, concluye Alfonso.


